Ray Bradbury, uno de los grandes escritores de la ciencia ficción en la era moderna, imaginó alguna vez un país donde las personas tenían prohibido leer y los libros eran quemados en enormes hogueras. La consigna principal era que el conocimiento alteraba las mentes y robaba el estatus de supuesta felicidad en el que la población vivía.
Ese anecdotario terminó en una novela de dominio popular llamada Fahrenheit 451, publicada en 1953 y que fungió como un presagio de la posmodernidad que vivimos hoy, a más de medio siglo de distancia.
México es la cristalización de la novela de Bradbury, un país donde los libros son objeto de desprecio, los que leen son rechazados sociales y las bibliotecas son sitios tan solitarios como el desierto.
Aquí hay registradas poco más de siete mil bibliotecas públicas, una cantidad ínfima frente a los más de 120 millones de mexicanos que andan por las calles pregonando su propia ignorancia.
Aunque de todos modos no serviría que hubiera más bibliotecas por habitante, igual nadie va, las que existen están vacías y los libros permanecen cerrados como guardando sus secretos sólo para los más privilegiados.
En un país de 57 millones de personas viviendo en pobreza, es lógico que la ignorancia sea el pan de cada día; nadie que tenga acceso a la lectura puede ser pobre en ningún sentido, pero si el acceso a los libros es mínimo entonces la desinformación manda.
Y así se cumple la consigna de Bradbury, muchos que viven sin saber nada y los pocos que saben mucho tienen el control del país.
Dicen por ahí que la ignorancia te hará libre, y si no te hace libre al menos te otorga un estado de felicidad temporal, porque no puedes ver el agujero en el que estás atrapado.
En México, el conocimiento no reditúa, por el contrario saber y entender que las cosas van mal resulta en perjuicio de las mentes brillantes, mientras el resto de la población se entretiene con la televisión pública, la música popular y las migajas del gobierno.
La ignorancia y la monopolización del conocimiento son crímenes de lesa humanidad, castigos de la era posmoderna para callar a un mundo que está demasiado bien comunicado, pero más desinformado que nunca. Por eso nos han hecho creer que las pantallas planas, los teléfonos celulares, los ipad y todos esos extraños inventos del hombre blanco son tan importantes; entretenidos con aquél mundo de estímulos increíbles, ¿quién se va a preocupar por tener un libro en las manos?
Si los mexicanos supieran el holocausto que están viviendo, temblarían de miedo y se harían pipí en los pantalones.