La depresión es la epidemia del siglo XXI, que mata a miles de personas cada año e incapacita a millones; es como si de pronto, ante tanta estimulación mediática, todos hubiéramos perdido las ganas de vivir.
Todo suena cotidiano y común, hasta que nos encontramos con que la tristeza está llegando incluso a los más jóvenes. De 2 a 8 menores, por cada 100, padecen depresión a nivel mundial y puede empezar antes de cumplir el primer año de vida.
Algo extraño estamos haciendo como humanidad, para que ni siquiera los más pequeños tengan ganas de vivir y opten por estar en un estado de tristeza y decepción constante.
¿Qué no decían que los niños eran la esperanza y el futuro del mundo? Nadie puede ser una esperanza si no tiene ganas de vivir y eso lo que hoy sucede, niños y jóvenes cada vez más tristes, más aburridos y más desperdiciados en sus talentos, porque el mundo no sabe cómo responderles.
Sobreestimulación, ausencia de tolerancia a la frustración, falta de metas, violencia doméstica, desinterés de los padres, hay una y mil causas por las que un niño puede estar deprimido, pero todas se relacionan con la falta de un lugar en el mundo para él, un mundo donde se les escuche, se le respete y se le atienda como un ser humano.
No cabe duda que vivimos una sociedad con profundos vacíos emocionales, cansada de tener todo y no tener nada al mismo tiempo, y donde la frialdad con la que llevamos las relaciones humanas ya está dejándonos huellas imborrables.
En Japón el suicidio es la primera causa de mortalidad infantil, y esa cifra ya se está repitiendo en otros países.