El siglo XX se caracterizó por la lucha por los derechos civiles, sobre todo de grupos de afroamericanos en Estados Unidos, cuya única demanda era ser integrados como seres humanos y ciudadanos.
De eso hace ya mucho tiempo, pero aún en el siglo XXI parece ser que el racismo sigue vivo e incluso toma nuevas formas, se ha consolidado en las generaciones más jóvenes y no tiene para cuándo acabar.
Si Martin Luther King viviera, tal vez no querría ver lo que sucede en el país del norte con los latinos, los inmigrantes y todavía con la comunidad negra. Y más absurdo aún, tampoco querría ver cómo en países como México, de orígenes netamente indígenas, la población se discrimina entre sí por su color de piel, su ropa o su nivel socioeconómico.
No, en más de 50 años no aprendimos nada, seguimos separando, discriminando y haciendo menos al resto de los seres humanos, solamente porque “no somos iguales”.
Literalmente vivimos una cacería de brujas moderna, la Santa Inquisición se nos queda corta cuando de linchar se trata, y nadie nos pone un alto cuando queremos generar diferencias y justificarlas so pretexto de la raza, el color o la cartera.
Japón, Alemania, Argentina, España y un montón de países más, se discuten el lugar del más racista del mundo, sin importar que la mayoría hayan pasado por cruentos procesos de guerra y asesinatos masivos, alimentados por el odio de humano a humano.
El holocausto judío, la guerra de Kosovo, la dictadura argentina, la guerra fría, la bomba atómica en Hiroshima, y todos esos hechos que convulsionaron al mundo, no fueron suficientes para que aprendiéramos a respetar a la humanidad, mucho más allá de intereses políticos o económicos que ya no importan cuando la vida se extingue.
Peor aún, se sabe que Internet ha servido como un canal para difundir el odio interracial. No importa cuántas restricciones pongan Facebook o Youtube, los usuarios siempre encuentran métodos para dar vía a la xenofobia, el racismo, el machismo y otras muestras de intolerancia humana.
El hombre va hacia atrás, en un mundo que presume de ir hacia delante, como si cada vez fuera más ignorante de su propia naturaleza.