Teníamos solamente 15 años, habíamos compartido el mismo grado escolar durante un tiempo, y vivíamos lo que muchos jóvenes posmodernos padecen: demasiada desatención parental.
Pude ser yo en su lugar, o casi cualquiera de mis amigos que en esa época tenían fácil acceso al alcohol y muchas ganas de perderse por ahí. Sin embargo, ella, esa chica que se sentaba junto a mí en la escuela, fue una noche a embarrar el auto de sus padres en una avenida transitada, estando bajo los influjos de bebidas embriagantes. Las piernas rotas, la cabeza destrozada, los paramédicos no pudieron hacer más por ella y ahí se le acabaron los sueños, las ganas de vivir y toda la diversión.
El problema no es el alcohol, ni tampoco los autos. El problema real es que vivimos en un mundo donde los más jóvenes crecen sin límites, sin medir las consecuencias de sus actos y creyendo que se merecen el mundo entero, hasta que un muro de concreto los detiene.
Seis de cada diez jóvenes mexicanos mueren en accidentes automovilísticos, en los que estuvo involucrado el alcohol, siendo esa la primera causa de muerte en adolescentes, incluso por encima de la violencia.
La historia de esa chica es la de miles de jóvenes que tienen fácil acceso a bebidas alcohólicas y conducen autos como si fuera un orgullo, pero no una responsabilidad. Entre esos miles, quizá una buena parte se verá involucrada en accidentes graves, con consecuencias para ellos o para personas inocentes.
Uno de los defectos de la adolescencia es que crees que todo lo puedes, que eres invencible y que las reglas están hechas para que tú las rompas.
En 2017, el conductor de un BMW, en estado de ebriedad, mató a sus cuatro acompañantes durante un choque sobre la avenida Reforma, en la Ciudad de México. Una noche de fiesta se le convirtió en pesadilla y el hombre fue sentenciado por homicidio culposo.
A nivel mundial las cifras no son menores, el alcohol mata a más de 3 millones de personas cada año, sin importar cuántas leyes, restricciones o plataformas se inventen para evitar que la gente se ponga al volante cuando está ebria.
Quizá sucede que los seres humanos aún estamos muy atrasados como para conducir máquinas tan peligrosas como los automóviles. Simplemente nuestra evolución no da para tanto, y somos verdaderos cavernícolas al volante.