La característica principal del mundo capitalista en el que vivimos, es la desigualdad social y las enormes diferencias entre clases, mismas que se observan en prácticamente todos los países desarrollados y subdesarrollados, sin que importe demasiado el Producto Interno Bruto (PIB), que además no se refleja en la vida diaria de nadie.
Según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en el mundo, más de 115 millones de niños en edad de educación básica no asisten a la escuela, ya sea por su ubicación geográfica complicada, por sus creencias culturales o religiosas, o porque carecen de recursos económicos y deben trabajar.
La cifra es irónica y poco alentadora, en un mundo que presume de tener enormes complejos universitarios, academias de investigación, desarrollo de tecnologías ultra complicadas, y millones en recursos, que no pueden servir para algo tan sencillo como llevar a un niño a la escuela.
Lo peor del caso es que una buena parte de esos 115 millones de menores, en estado de analfabetismo, son niñas, mismas que no acuden a la escuela por barreras culturales, es decir, en sus lugares de origen no creen necesario que aprendan, y menos aún que tengan horizontes diferentes.
¿Cómo podemos empoderar a las mujeres y otorgarles derechos si ni siquiera saben leer?
El valor de la educación, en cualquiera de sus formas, radica justamente en que abre un universo de posibilidades e incorpora la capacidad de ir más allá de lo que se tiene al frente. Por eso alguien a quien le es negada la escuela desde los primeros años, verá limitado su crecimiento personal, espiritual e intelectual, al grado de que difícilmente podrá superar sus propias condiciones y encontrar un sentido a su existencia.
Sobrepoblación, mala distribución de la riqueza y los alimentos, un mundo completamente desigual, que ahora también le niega a una buena parte de la población la posibilidad de superarse y vivir mejor. Eso sin importar cuántos recursos se destinen a fundaciones y organismos internacionales, que debieran estar trabajando para que la situación fuera distinta.
Si tu pudiste ir a la escuela eres afortunado, eso sin importar las circunstancias que viviste, pues muchos otros, a lo largo y ancho del planeta, ni siquiera pudieron hacerlo o no pueden hoy incorporarse a un aula para aprender a leer y escribir.