No gordas, ni flacas, ni morenas, ni tampoco rubias. Enamorarse de un ser humano ya no está de moda, hemos dejado atrás esa costumbre y en congruencia con los tiempos que vivimos, donde todo está cubierto por la tecnología, ahora es más popular enamorarse de objetos inanimados, que nos evitan las vicisitudes de convivir con personas.
Los llamados “Objectum Sexuales” son personas que declararon públicamente su amor, afectivo y erótico, por un objeto inanimado. Los casos van desde monumentos históricos hasta vehículos y muñecos, que robaron el corazón de sus amantes.
¿Te imaginas estar enamorado, en pleno flirteo, del Ángel de la Independencia o de un pesero de la Ciudad de México?
Sí, es bizarro, y aún más raro que pensarse en una relación con un robot, algo que ya habían predicho las series japonesas hace mucho tiempo. Pero el asunto aquí es que estamos en una era de la humanidad en la que ya no somos lo suficiente, la calidad de las personas ya no llena los vacíos emocionales y empieza a ser necesario ir más allá, buscar alternativas para sanar los corazones posmodernos, tan aburridos del amor clásico, común y poco perfectible.
Estamos en la era de las muñecas inflables, donde los japoneses están ganando el mercado de los robots hipersexualizados que cumplen cualquier fantasía sin poner peros, sin tabús y sin miedo a la locura. Aunque por desgracia, parece que los humanos están perdiendo la distinción entre piel humana y plástico, la frontera entre la realidad y el desquiciamiento sexual.
Y ya perdidos de toda lógica y proporción, nos encontramos con una realidad peor: la tendencia a la individualidad.
Situaciones complicadas, seres humanos llenos de dolor, de prejuicios y de rencores viejos; parece ser que cada vez resulta más complicado entablar una relación de persona a persona, lo que nos está orillando a hablar con máquinas, con juguetes eróticos y hasta con objetos inanimados que, al menos, no nos van a decir aquello que no deseamos escuchar.
¿Será quizá que la sociedad se desgastó a sí misma?, la hiperconexión terminó con el poco interés que había de un humano a otro, y nos enfrentamos a la extinción de las relaciones sociales, sin remedio.