Para todos aquellos que crecimos en la década de los 90, «Chucky el muñeco diabólico» es una especie de símbolo, la cristalización de las peores pesadillas de la infancia y un recordatorio constante de que siempre, en cualquier circunstancia, un enano feo de medio metro puede estar acechándonos.
Charles Lee Ray es el alma del muñeco diabólico, un sujeto malévolo que luego de ser asesinado decide regresar en el cuerpo de un juguete para cobrar venganza. Y a partir de eso se desarrolla una larga trama, que abarca tres películas icónicas y algunas secuelas más que ya ni siquiera sonaron porque fueron cutres, baratas y sin gracia.
Chucky es tan malvado que hace una masacre asquerosa, corta cabezas, electrocuta, lanza de precipicios, ahorca, destaza, mutila y realiza toda clase de torturas sobre sus incrédulas víctimas. Mientras tanto Andy Barclay, un niño inocente, trata de advertir a todos sobre esta locura, aunque nadie le cree, y por eso terminan muertos.
Poniéndonos más serios, la verdad es vivimos en un mundo donde nadie escucha a los niños, ellos y sus palabras parecen estar en un universo paralelo, en el que los adultos no se interesan. Quizá si alguien hubiera escuchado a Andy desde la primera película, tal vez su mamá o la amiga de su mamá, que luego cayó por la ventana del edificio, muchas vidas de personajes se habrían salvado y no nos hubiéramos tenido que quemar tantas secuelas más, sobre las aventuras de este enanito endiablado.
Don Mancini es el director y productor responsable de este filme, ahora un personaje de culto para la cinematografía internacional, aunque no necesariamente porque su producto fuera de mucha calidad, sino porque lo realizó con tanta inteligencia, que recaudó más de 44 millones de dólares, solamente en la primera parte.
Chucky ya es una parte importante del imaginario colectivo mundial, un personaje imborrable del cine, junto a muchos otros monstruos que se han convertido en la cristalización de las pesadillas humanas más espantosas jamás imaginadas.
No es que le tengamos miedo a un muñeco con overol y tenis, le tememos al sadismo de un asesino, cuyo instinto de matar compite cara a cara con una sádica imaginación para crear nuevos métodos de tortura y muerte.
Y ya de paso, la idea de que tu muñeco favorito venga a la vida para asesinarte y robarte el alma, pues sí da algo de miedo.