La pobreza extrema, un karma mundial que se ha expresado con mucha fuerza en los últimos años, se define a sí misma como un estado en el que las personas no pueden adquirir los satisfactores alimenticios mínimos para sobrevivir.
En pocas palabras, se trata de una forma de vida en la que los involucrados viven al mínimo, básicamente sobreviven, pero no tienen ni el más mínimo derecho a desarrollarse como personas con dignidad.
En México, más de 57 millones de habitantes sobreviven en condiciones de pobreza extrema, únicamente alimentados por la caridad, los programas populistas, la basura y la lástima.
Si bien el término es uno sólo, con eso se define a toda la población del mundo que lo padece; en México la pobreza extrema es más dolorosa porque refleja estados de ignorancia, desatención y falta de oportunidades, que van del nacimiento a la muerte, sin que las personas tengan posibilidad alguna de mejorar a lo largo de sus vidas.
Peor aún resulta pensar que los servicios populares que ofrece el gobierno, no son suficientes ni ayudan en manera alguna a que las personas en pobreza extrema mejoren su calidad de vida; se trata de hacer que los pobres sigan siendo pobres, que nunca se superen, para que haya quién reciba las dádivas del Estado y parezca que quienes están arriba son los más buenos del mundo.
La pobreza en México también se manifiesta en la inseguridad. Por algo este país es uno de los más peligrosos del planeta, en todos los sentidos, pues el aplastamiento de unas clases sociales por otras ha derivado en resentimiento, apatía y búsqueda de la sobrevivencia, aún a costa de la integridad del resto.
En un país donde encontrar el sustento diario es una lucha de 57 millones de seres humanos, el asunto es una batalla encarnizada, casi una pelea a muerte, que sólo libran unos cuantos.
La pobreza extrema en el país no es igual a la que se da en otras naciones, aquí incluye el aditivo de la pena ajena, la lástima con la que unos y otros están acostumbrados a limpiar sus culpas. Si le doy una moneda soy mejor persona, me siento bien y puedo continuar con mi vida, aunque el otro se siga muriendo de pobre.
Y lo más grave del caso es que no entendemos cómo, de manera acelerada, el número de pobres sigue creciendo, no porque cada vez ganemos menos dinero, sino porque alimentamos clases sociales sin conciencia alguna, sobre el sentido del existir y del convivir.
En este país, cada quien expresa y satisface sus propias necesidades como puede, sin hacer nunca una reflexión de que no somos sólo uno, somos muchos y merecemos una vida que valga la pena vivir.