Es evidente que nuestras capacidades para amar y sentir son complejas, más con todas las formas en las que podemos hacerlo. Seamos heterosexuales, gay, lesbianas, pansexuales, etc. Nada de eso nos define ante nuestros familiares y amigos, sin embargo, ¿ponernos etiquetas sirve de algo?

Quizás esta pregunta se responda con un rotundo sí para alguien que cree haber definido bien su sexualidad, pero no siempre es así. Muchas veces la vida nos sorprende y nos pone el amor en una presentación diferente.
Todos hemos tenido curiosidad y el que lo niegue miente. Todo es válido, incluso no asumir ningún rol de género y menos una orientación sexual, aunque esto signifique el desconcierto de una sociedad por excelencia heteropatriarcal.
Las etiquetas son necesarias para clasificar culturalmente a un sector, es obvio, mas también sirven para marginar. Por ese motivo es que ciertos grupos se asumen como superiores, por ende empiecen a atacar por miedo a perder la supremacía. Esa es una de las maldiciones de la humanidad: participar en roles de poder. Por ese motivo cuando alguien se asume como una persona sin etiquetas para amar rompe con los parámetros de una comunidad en la que la heteroxualidad asume su poderío.

En otras palabras, las personas que se deslindan de una identidad cultural se vuelven automáticamente opositoras. Esa no es la intención, claro está, sino la de entender que nuestros sentimientos, deseos, necesidades no están limitados a un término.
Somos seres que están destinados al cambio, no a vivir en jaulas. Cualquier motivo que coarte nuestra libertad nos obliga a pelear, a encarar aquello que nos incomoda. De tal forma cuando alguien nos dice que no se asume como tal no debemos escandalizarnos, ni siquiera señalar algún tipo de discriminación, sólo comprender que somos tan variados y tan complicados, que quién sabe mañana, tal vez encontremos nuestro motivo de querer en otra presentación.
@LaGotaDerramada
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