Ya no hay retorno, la pandemia generada por la COVID19 ha generado un antes y un después en las sociedades humanas. Ni los países más avanzados, ni los más remotos quedan exentos de los daños colaterales, no sólo con la mortandad, sino con la latente muerte de la sociabilidad.

Al menos así lo han razonado algunos intelectuales, como filósofos, sociólogos y antropólogos. Esa es la otra cara del Coronavirus, lidiar con el desgajamiento de las relaciones sociales, que nos dan humanidad y bienestar. Las personas más introvertidas, quizás piensen que es un alivio, pero no es así. Nuestra esencia es social y al negarla para no contagiarnos atentamos contra nuestro propio dicha.
Bien dice la socióloga Belén Barreirio, que “el encuentro con los demás nos genera unos niveles de bienestar emocional que están muy relacionados con los niveles de bienestar físico”. Incluso destacó la importancia de los bares o lugares de citas, pues son un espacio ideal para purgarnos de las horas tediosas de la existencia: trabajo, responsabilidades, escuela, expectativas y deudas.
Tampoco puede pasarse por alto la relación que se tiene con la ciudad, después de todo no es sólo un lugar donde pasamos, sino donde adquirimos momentos. Las ciudades están hechas de memoria. Por ese motivo se vuelven en un emblema cultural de cualquier sociedad. En sus calles y edificaciones podemos saber el modo de vida de sus ciudadanos. Por lo que en esta pandemia las ciudades se vieron cerradas, por lo tanto afectadas porque en ellas nadie podía vivir. De un día para el otro el encierro nos limitó de la memoria de las ciudades.

Por ese motivo es alarmante que la pandemia nos siga cercando, no sólo nos quitaría la tranquilidad por contraer el virus, nos está quitando de poco a poco la conversación necesaria con el amigo, el consejo de un extraño, la voz social; además de que nuestra vida en cuatro paredes no es satisfactoria, lo cual nos puede generar depresión, por las calles que nos llaman, por las anécdotas no vividas allá afuera.
@LaGotaDerramada
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